Tipa Tree (Tipuana tipu)
(Esta leyenda es de mi autoría, no es transcripción de una leyenda ya inventada.)Los conquistadores y colonizadores españoles orillaron el chaco salteño (Argentina y Paraguay) y a cada paso se asombraban de la belleza de esas selvas, ríos y del piedemonte de la Cordillera Subandina. Allá por 1580, consideraron que era el paso obligado para ir en búsqueda de nuevos caminos para el transporte de la plata boliviana, encontrar más metales preciosos y abrir nuevas rutas desde Lima hasta Buenos Aires. Estos fragmentos de paraísos donde no faltaba una abundante fauna salvaje estaban habitados por grupos de wichis o apodados despectivamente “matacos” por los quechuas.
Fue en esos días de trajinar lugares exóticos que surgieron historias, crónicas y cartas que anoticiaban de las novedades en estos parajes. Una de esas historias pasó de boca en boca y había comenzado el día en que un joven andaluz llamado Felipe se enamoró de una bella indiecita. La hizo su mujer y convivieron mientras él estuvo por la zona, pero después fue enviado a otros destinos, aunque antes de partir, le enseñó a leer y escribir en castellano. Ella se llamaba Tipuán y se quedó sola con sus dos hijos; lo extrañaron tanto que no dejó de enviarle cartas con cuanto viajero pasaba por esos pagos, también se las envió por medio de aves mensajeras.
Mientras tanto, su esposo seguía explorando nuevos territorios en los que halló otros paraísos donde se dejó seducir por exóticas amantes. También navegó por mares en días de calma o cuando la borrasca amenazaba con enviarlo hasta el fondo marino.
Mucho tiempo después, cuando él descubrió el camino de vuelta a su hogar, casi borrado de su memoria, encontró a Tipuán en aquel familiar paraje de ensueño en singular y misteriosa metamorfosis. Felipe atestiguó con asombro que ella, después de tanto tiempo de angustiosa espera, había comenzado a dilatar sus piernas y pies cuyos dedos enraizaron cerca del arroyo y su precioso cuerpecito fue adquiriendo una áspera esbeltez vegetal. De sus brazos, manos y dedos, que seguían rogando a sus dioses del cielo por el regreso de su amado, fueron brotando ramas que se cubrían de hermosas flores amarillas que empezaron a caer llevadas por la brisa y formaron una alfombra de oro sobre la hierba. Luego se cubrió de verdes hojas y más tarde comenzaron a gotear de su follaje lágrimas y sus semillas aladas se dispersaron por un extenso territorio. Sus hijos no estaban ajenos a esos cambios que veían con sus ojitos incrédulos, y enlazaron la extraña forma maternal que iba cambiando con sus tiernos bracitos. Así también ellos se ponían bajo el influjo inexplicable de su propia metamorfosis: se iban transmutando en enredaderas y epífitas que subían, amorosas, por el tronco áspero del nuevo ser que había aparecido: un árbol que sería denominado “tipa o tipuana tipu”.
El marido, cansado de tantas aventuras y anonadado por el cambio sufrido por su familia, se fue quedando dormido sobre el suave colchón de flores amarillas… Dicen que nunca más se despertó.
Esta historia fue rodando de tribu en tribu hasta llegar a los oídos de los europeos que explicaron el significado de esta metamorfosis, si es que se cuenta lo que ocurrió verdaderamente. La tipa representa a esa indiecita enamorada que permanecerá esperando a su amado y enviándole mensajes (las flores y las semillas encerradas en pequeñas alas) para que vuelva a su lado. Las gotas que caen son las lágrimas por el amor ausente y las enredaderas y epífitas que la visten, son sus hijos amados que la abrazan. Se dice que este árbol, originario de Argentina, Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay, sigue llevando mensajes amorosos a plazas, avenidas y jardines de muchos sitios del mundo y pinta de oro con su manto precioso donde duerme para siempre ese esposo ingrato.
Marta Alicia Pereyra
Morteros, 29-11-11